
... Con toda esa tecnología y no te tengo. Todo este tiempo, y la simple música navideña de una Diva que ahora vive el Las Vegas me estremece el alma con tanta fuerza que casi te puedo abrazar.
Y me disculpo por tomar nuestra tradición para compartirla ahora con tu llamado negronegro y mis llamados chino y loquita.
Derramé la harina sobre la tabla, esperé con paciencia a que el calor del agua hiciera bubujear la levadura mientras miraba las pasas hinchandose con el vino tinto. Trabajé luego la masa con un ¨casi dolor¨ en el medio del corazón. Pero la alegría de Diego porque por fin era libre de llenarse de harina sin ser molestado, me trajo de vuelta al año presente. Sus ojitos incrédulos me miraban impacientes cuando vimos cuánto había crecido la masa al cabo de dos horas.
Cuando el momento del segundo amasado llegó; cada quien tuvo su propio pedazo para golpear, amasar, tirar contra la mesa o simplemente jugar. Sofía no cabía en sí pues era libre de participar de la fiesta de la manera en que ella quisiera.
Cortamos el total de la masa en cuatro pedazos, como dictaba el libro y entonces recordé nuestras infinita discusiones acerca del grosor final del que debíamos dejar la masa antes de rellenar el pan.
Escuché el repique de las tamboras de aquellas gaitas que eran mandatorias de la época del pan; casi pude escuchar tu respiración al estirar con el rodillo y definitivamente vi tu eternamente fascinante sonrisa de genio cuando algún chiste se te escapaba y solo yo lo entendía.
Al levantar la mirada encontré a Andrés; dulce, fuerte e inquebrantable. Allí estaba, estirando la masa, tratando de explicarle a Diego por qué hacíamos eso. Me costó tragar, respiré muy hondo y di gracias por tenerlo allí.
A eso siguió la eterna discusión acerca de cuántas pasas y aceitunas se le pueden poner de verdad al pan; sin mencionar la anual pregunta de cómo se sellan las esquinas para evitar que se escape el relleno.
Hicimos dos panes y, como dicta la tradición; los dejamos crecer toda la noche.
Fueron las manos de mi mamá las que, echaron el famoso ¨melao¨con la brocha encima del pan luego que estuvo dorado; a eso de las cinco de la mañana.
Y el olor llenó la casa, y me di cuenta que había sido yo quien se despertó de madrugada a hornear los panes. Y en el aroma de mi cocina estabas tú; desde tu privilegiada posición; mirandonos, quizás sonriendo al ver tu tradición rescatada. Tal vez me estás viendo ahorita y te ries de mis lágrimas sabiendo lo ¨inconsecuencial¨ de las cosas que a diario nos mortifican. Y yo estoy orgullosa de pensar que tus nietos tendrán esta tradición gracias a tí; y que será ésta una de las maneras en que ellos te conocerán y amarán por mantenernos unidos en un rito navideño; sin importar en dónde estemos.
El aroma ya se fue de la casa. Pero tu beso se quedó aquí conmigo y será mi tesoro en esta Navidad.