21 May 2007

La perpetua agonía (Jaime Bayly)

Los nacionalistas dicen que aman al Perú. Yo no amo al Perú. Me encantaría, pero no puedo. El Perú son millones de personas. No puedo amar a tanta gente. No soy tan amoroso. No me alcanza el amor. No puedo amar a gente que no conozco. Ni siquiera puedo amar a mucha gente que conozco. Si no consigo amar a mis padres, no sé cómo podría amar a todos los peruanos. Es demasiado. Yo amo a mis hijas, pero no al Perú. No puedo amar a tanta gente. No puedo amar a un país entero. (Ribeyro escribió: “El verdadero amor, en la medida en que excluya toda reciprocidad y recompensa, sólo se da en la vía consanguínea. Todo el resto es desvarío, ilusión o accidente”). Yo no soy nacionalista. No quiero más al país en que nací por decisión de mis padres, que a otros países que conocí en ejercicio de mi libertad. Se quiere a los países en los que se ha sido feliz. Se quiere a los países que uno admira, a los que uno agradece ciertas cosas, en los que uno se siente cómodo de estar en mayoría o, más importante aún, de estar en minoría. Yo admiro más a otros países que al país en que nací. He sido más feliz en otros países (Estados Unidos, Argentina, España) que en el Perú. Pero tampoco creo que sea exacto decir que amo a esos países, a ningún país. Los países son abstracciones colectivas y yo sólo puedo amar a personas, a individuos. Nací en el Perú por obra del azar. Nadie elige a sus padres ni al país en que nació. Son accidentes benignos o perniciosos o inocuos. Nadie está obligado a amar al pedazo de territorio en que nació. Nadie está obligado a encontrarlo bello o sobrecogedor sólo porque allí fue parido y fue al colegio. El Perú no me parece un país particularmente admirable o glorioso. Me parece un país extraño, inexplicable, aturdido, violento, confuso, autodestructivo. Tampoco creo que sea el país más lindo del mundo, ni su bandera la más vistosa, ni su himno el más conmovedor, ni sus héroes los más heroicos, como me enseñaron en el colegio. Conozco países más lindos y admirables que el Perú. No veo por qué tendría que negarlo sólo porque nací en el Perú. Nadie tiene por qué asociar su destino personal al destino del país en que nació. Si ese país es violento, irracional, autodestructivo, y la mayor parte de sus habitantes ignoran o repudian las formas civilizadas de convivencia, y se condenan por eso a un destino triste, bárbaro, miserable, no parece justo convertirse en rehén o compañero de ruta de esas personas confundidas, someterse a sus designios y renunciar al sueño personal de vivir con toda la libertad que sea posible. El destino del Perú no es mi destino. El destino de ningún país es mi destino. Quiero que al país en que nací le vaya bien. No depende de mí, sin embargo. Yo sólo tengo el poder, si acaso, de que a mí me vaya bien o mal. Ni siquiera tengo el poder de que a las personas que más amo les vaya bien o mal. Puedo guiarlas, ayudarlas, aconsejarlas, pero dependerá finalmente de ellas que les vaya bien o mal (y sospecho que les irá mejor si ignoran mis consejos). El destino de una persona puede que sea, con suerte, la suma de sus decisiones individuales, el ejercicio -inteligente o estúpido, valeroso o cobarde, laborioso o pusilánime- de su libertad. Del mismo modo, el destino de un país puede que sea la suma de las decisiones colectivas de cada uno de los individuos que lo componen. Si la mayor parte de esas personas deciden mal, repetida y sistemáticamente mal, y por consiguiente hunden a su país en un destino aciago, sólo caben dos opciones para escapar de las seguras miserias que vendrán y torcer esa suerte malhadada: cambiar el modo en que piensan y deciden esas personas o cambiar de país. Yo sólo puedo hacer lo segundo. Lo otro sobrepasa mis fuerzas. Espero que al país en que nací le vaya bien. Pero si le va mal, o si incluso le va peor de lo mal que ya le iba, no estoy dispuesto a que a mí también me vaya mal por puro patriotismo, por hacer míos los errores de muchos otros y acompañarlos lealmente hasta el final. Porque, además, los países, a diferencia de las personas, siempre pueden estar peor. Las personas, no: llega un momento en que la decadencia progresiva de su salud acaba con sus vidas. Los países, en cambio, nunca se mueren. Algunos eligen ser saludables, prosperar, aprender de los más sabios y fuertes; otros, como el país en que nací, suelen elegir, por misteriosas razones, el camino del sufrimiento, la decadencia y la perpetua agonía. Y, ya se sabe, nunca se mueren, siempre pueden estar peor. Mi patria no es el lugar en que nací. Mi patria son mis hijas, mis amores, los libros que me iluminaron, las películas que me conmovieron, cada lugar en que fui fugaz e inesperadamente feliz, cada circunstancia que afirmó mi libertad personal y me hizo ser quien ahora soy. Mi patria son muchas pequeñas patrias y están diseminadas en muchos lugares distintos en los que no me siento un extranjero. (Javier Cercas lo dice bien en Soldados de Salamina, esa espléndida novela: “En cuanto a la patria, bueno, la patria no se sabe bien lo que es, o es simplemente una excusa de la pillería o de la pereza”). Yo no soy un patriota ni aspiro a serlo. No soy un nacionalista y odiaría serlo. Soy o quiero ser un hombre libre. Y así quiero vivir y morir, aunque no sea en el Perú.

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Este articulo me lo envio una buena amiga por mail hoy. Me hizo pensar mucho, mucho, muchisimo! Podria -dependiendo del dia- decir que es un articulado intento de justificar la nostalgia perpetua que tendra de no estar en el lugar donde nacio.
Pero la mera verdad, tal y como me escribio mi amiga, este articulo bien pudo haber sido escrito por ella, por mi o por muchos como yo. Y cuando me pongo a pensar en mi casita de la playa, en lo sabrosa que era, en lo bien que la pase alli, pues solo era sabrosa y solo la pase bien por la compania, por la gente a la que profeso amor; y ya no estan alli. Cuando sueno con las tardes soleadas tomando un con leche en un cafe de la ciudad, lo recuerdo por la compania. Idealizo a Venezuela como si ella fuera la gente que amo de ella. Otras veces despierto alegre de aferrarme a mis recuerdos pues se que ni los protagonistas, ni el contexto permanecen alli.
Hoy vivo en el confin del mundo, con tres amores que me enorgullecen, trabajo mas de lo que alguna vez pude imaginar que trabajaria, pero aun asi, al pisar mi casa, es como estar en Venezuela. Supongo entonces que Venezuela es un constructo de colores que enriquecen mi alma y no un pais del que sali corriendo.
A diferencia de Jaime, yo si creo que el pais donde naci es una tierra preciosa. Pero esta ardiendo de necesidad. La patria que conoci y ame, me la traje conmigo y no es la patria que tendria si regresara.
Ciertamente desde mi posicion, debo elegir estar libre y criar a mis hijos en libertad; con amplio criterio y capacidad de eleccion. Elijo llenar sus vidas de opciones, a costa de mis recuerdos que son solo eso y son solo mios. Elijo llenar sus valijas de lugares, sonrisas, variedad de colores, sabores y culturas; escojo crear en ellos sed de busqueda, sed de crecimiento, un hambre insaciable de conocer el mundo en el que viven. Y si les doy el hambre, que les pueda entonces dar tambien las herramientas.
Por ende escojo vivir en un sitio donde pueda crear las cosas que mis padres crearon en mi. No se en donde, pero no sera en donde las madres no duermen pues no saben el por que sus hijos no han llegado a casa; no sera en donde el acceso al conocimiento y la educacion estan limitados a un punto de vista muy particular; no sera en donde no se encuentra la carne pues el precio esta regulado, en donde salir a un parque a pasear o explorar libremente la naturaleza implica llevar armamento de proteccion personal, en donde no tengan acceso libre al exterior, en donde el ejercicio de la medicina publica se ha equiparado a la brujeria y el de la medicina privada esta reservada para los que pueden comprar su ejercicio propio; no sera en donde las cosas se hacen "al ojo porciento" y no como la ciencia lo ha probado "pues no hay con que" o "asi se hace aqui"; no sera en donde de cuando en cuando se deben hacer las llamadas "compras nerviosas" porque no se sabe que sucedera al dia siguiente en el pais. No los criare en donde se amenaza a la gente por diferencia de opinion, en donde hay odio entre humanos, en donde obtener documentos personales que son un derecho depende de la orientacion politica y los amigos que se tengan.
Me siento obligada a escoger un entorno que me estimule, que me obligue a dar mas, a crecer mas; que no me quede otra mas que elevarme a la altura de mi entorno; y no lo contrario. No se en donde sera.
Pero supongo entonces, que no volvere a vivir en Venezuela.

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